El Ruiseñor

Por Antonio Drove Aza


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Dedicado a doña Elena Tehusijarana de Roisna; dama indonesia y canaricultora próximamente destacada.

El ruiseñor está considerado como el rey de los pájaros cantores. Es, por méritos propios, el pájaro que más ha sido cantado por poetas y escritores de todos los tiempos. La Naturaleza dotó al ruiseñor de unas cualidades especiales de flexibilidad de sus órganos de canto, que le permite emitir sus variadas frases líricas, de amplia tesitura, con un poderoso volumen de voz que hacen que sea el cantor por excelencia de los bosques, vegas y jardines. Su denominación ha servido para aplicarla a excepcionales voces humanas, alabando de esta forma las facultades físicas de célebres artistas de distintos géneros líricos.

Si entre los pájaros cantores silvestres, el ruiseñor es el que mejor ha sido dotado para poder expresar con su torrente de voz toda la belleza de sus cortas frases musicales en la espesura de los árboles de parques y arroyos, su antagonista, el canario Roller, es el cantor de cámara, creado por el hombre, para deleitarnos con su dulcísima musicalidad en la intimidad del hogar, apreciando en estas condiciones de tranquilidad las armoniosas y ligadas cadencias, sostenidas en variada tonalidad y ritmo.

El ruiseñor («Luscinia megarhmda luscinia») es un pájaro emigrante, insectívoro, de dieciséis centímetros de longitud total, de los cuales siete centímetros corresponden a la cola. La parte superior del cuerpo es de color marrón rojizo, bastante uniforme desde el nacimiento del pico al final de la cola. La parte inferior es de color ceniciento, con matizado más blanco en el mentón, vientre y debajo de las alas, quedando únicamente coloreado de marrón rojizo la parte no cubierta de la cola por la parte inferior. El plumaje del macho y de la hembra es igual, salvo que el del macho posee un matiz levemente más rojizo, más tostado o más brillante. Como todos los pájaros, las hembras del ruiseñor, al cogerlas en la mano y observarlas, muestran una especial desconfianza en la mirada, más retraída, de menor nobleza que la del macho. Lo mismo que otros insectívoros, los ruiseñores mueven frecuentemente la cola al saltar, al hacer presa en insectos o al llevarle la comida a sus hijos. Las hembras mueven la cola con movimientos rápidos, alcanzando frecuentemente posiciones de 90° con respecto a su espalda. En cambio la cola de los machos es movida más lentamente, con más majestuosidad y abriéndola ligeramente y sin alcanzar la inclinación de la cola de las hembras. Por otro lado, las piadas de las hembras, esos «huit-huit-huit...», característicos de ansiedad, son más fluidos y frecuentes que las de los machos, quienes, por otro lado, prodigan más los «Koorr», llamadas que de ser más continuas causarían admiración a los aficionados al canto Roller, por la belleza, sonoridad y redondez de estos brevísimos Knorren.

El ruiseñor llega a nuestra Península en abril. En Madrid hace acto de presencia, con su canto, del 15 al 20, y se extiende por las distintas regiones españolas donde escogen las parajes que por su vegetación y facilidad de obtener bebida son los más adecuados para sus necesidades vitales. El ruiseñor suele volver, año tras año, al lugar donde ha criado por primera vez. Los machos son los primeros que hacen acto de presencia en los lugares donde han de criar, y donde saben imponer su autoridad, no permitiendo que otro macho ocupe su zona tradicional de dominio, so pena de que surja otro más valiente que haga huir al que por sus muchos años y menos vigor tiene que abandonar el terreno que vino defendiendo en sus esplendorosas temporadas pasadas.

Repartidos y acomodados por fin en sus respectivos dominios, los machos demuestran su vigor lanzando a los cuatro vientos sus potentes voces. Parece como si pretendiesen superarse para que sus frases líricas alcancen mayor distancia. En realidad, es su ardiente celo amoroso el que con sus cantos lanzan al aire, esperando ser reconocido en lontananza por su hembra que pronto ha de llegar o de la novia que han de conquistar.

A los ocho días, aproximadamente, aparecen las hembras. Los machos más adultos se emparejan con su compañera de temporadas pasadas, y los jóvenes impetuosos que por primera vez van a casarse se ven asediados por las jóvenes hembras reclamadas por ardiente celo y de las cuales una de ellas ha de ser su fiel pareja para el futuro.

Con motivo de la llegada del «sexo débil» surgen nuevamente y con mayor encono verdaderas luchas campales entre los machos, quienes, al atacar, lanzan su grito de guerra con los característicos «tzi-tzi-tzi-tzi». La tranquilidad en las zonas de dominio se ve frecuentemente interrumpida por la intrusión del inexperimentado y atrevido ruiseñor vecino, para conquistar a la hembra que no le puede pertenecer. Los escarmientos que va sufriendo en estos primeros días de emparejamiento y desorden, le librarán muy bien de volver en lo sucesivo a «pisar» terreno ajeno que no le corresponde. Se va restableciendo la calma y, por fin, bien delimitadas las circunstancias del terreno (varios miles de metros cuadrados), empieza la hembra a buscar el lugar más adecuado donde ha de construir su nido.

Para la nidificación los ruiseñores suelen tener predilección por lugares más próximos al suelo y que estén protegidos por maleza o plantas diversas. No obstante, es frecuente que construyan el nido entre el ramaje de arbustos de poca altura, entre las hojas bajas de las pitas, entre las hojas de palmeras pequeñas o entre la hierba que trepa en la base de un árbol. En fin, siempre el ruiseñor anida en las proximidades del suelo y a una altura no superior al metro.

Cuando construyen el nido en el suelo suelen protegerlo de la humedad con una buena base de hojarasca. El resto lo construyen con raíces, hojas menudas, hierbas, etc., y el interior lo recubren con pelos de palmera o hierbas muy finas.

La postura consta casi siempre de cinco huevos de color verde aceituna, y la incubación dura catorce-quince días. A partir del nacimiento de los pequeños, que se diferencian solamente en unas horas de edad, los padres, y particularmente la madre, hacen frecuentes viajes al nido para alimentar a sus pequeñuelos, los cuales, abriendo los picos y dejando ver el color amarillento rosáceo de su garganta, ingieren una enorme cantidad de gusanos, insectos y larvas, y, cuando van siendo mayorcitos, también les suministran diversos frutos pequeños, como moras de árbol, fresas, etc.

Durante el período de crianza, hasta que los hijos ya se valen de por sí, los padres muestran un continuo temor por la suerte de sus hijos. Bastará pasar por la proximidad del nido para que muestren signos de inquietud, y sus piadas angustiosas, los «huits» continuados, no dejarán de lanzarlos mientras no desaparezca el supuesto peligro que acecha el nido. Las urracas causan estragos en las nidadas, y no es difícil que los padres, ante su presencia, aunque estén relativamente lejos de estas aves, lancen sus ansiosas piadas, y serán tanto más angustiosas y continuadas cuanto más se acerquen al lugar, donde los pequeños, advertidos del peligro por sus padres, se apresuran a apretarse unos contra otros para pasar más desapercibidos dentro del nido.

Las costumbres y psicología particular de los pájaros, en general, son realmente de lo más atrayentes, pero creo que las del ruiseñor son tal vez de las más interesantes y dignas de ser escritas, con la amplitud debida, por quien tenga cualidades para hacerlo. Baste decir, respecto al cariño que los ruiseñores sienten por sus hijos, que son seguramente los únicos pájaros silvestres más corrientes que aprehendiendo un nido y cazados los padres, éstos ceban y cuidan a sus pequeños con el mismo ardor que si estuvieran en libertad, llegando incluso a que el macho, para alegrar y animar a sus hijos, emita con voz cohibida parte de sus frases cantadas, a pesar de su natural tristeza al verse encerrado en una jaula lejos de los dominios en que fue dueño y señor.

Si la nidada no sufrió contratiempos en su permanente peligro de destrucción, los pequeños abandonarán el nido tan pronto tengan la suficiente pluma para protegerse de las variaciones de temperatura de las noches. Ello no implica que en muchas ocasiones no puedan volar aún, puesto que situado el nido en el suelo o próximo a él, se valdrán, animados y protegidos por sus padres, de pequeños saltos para resguardarse en los sitios más inverosímiles, protegidos siempre por ramas, plantas y hojarasca con hierba.

El color de los pichones, hasta que la muda se efectúa, es distinto del de los padres, como si la Naturaleza, en previsión de peligros, los hubiera dotado de un plumaje temporal para poder pasar más desapercibidos en los lugares de escondite. El color de la parte superior es pardo marrón con un bordeado amarillento oscuro en todas las plumas finas. La parte inferior está coloreada de un gris sucio con salpicaduras pardas, más acusadas en el pecho. En cambio, las alas y cola (casi incipiente hasta los veintitantos días) van tomando la misma coloración que las de los padres a medida que van desarrollándose.

Los pequeños, a los veintidós-veinticuatro días ya empiezan a valerse por sí solos, comiendo pequeños insectos y larvas, a pesar de que los padres, preparándose algunos para la segunda y última nidada, continúan prodigando los cuidados y atenciones que merecen sus hijos, los cuales, ya creciditos, se permiten efectuar vuelos de recorrido a los lugares sombríos próximos y que irán ampliando su desplazamiento a medida que su confianza y facultades físicas se lo permitan, pero siempre siguiendo la costumbre de frecuentarlos rutinaria y periódicamente, muchas veces al día, escogiendo siempre el mismo árbol, e incluso la misma rama, para repasar su canto a determinadas horas del día.

A últimos de septiembre empiezan los ruiseñores a prepararse para la hibernación, que han de efectuar en el África Ecuatorial. Parece ser que se reúnen en determinados parajes para emprender, en bandadas, el vuelo a través de nuestra Península, o tal vez agrupados en el noroeste de España les sea más fácil y menos peligroso seguir el ambiente caldeado de la corriente marina del Golfo de Méjico.

CAPITULO II

Sobre la alimentación de los ruiseñores en cautividad, se ha hablado mucho. En mis primeros años de afición los alimentaba con corazón de vaca cuidadosamente cortado en pedacitos muy pequeños y espolvoreados con harina de maíz o de garbanzos previamente tostados ligeramente. Esta alimentación es la que el vulgo en España la considera como conveniente, si bien, por los inconvenientes observados en mi práctica, me llevó a múltiples ensayos de fórmulas diversas para evitar la natural descomposición del corazón y de la indigestión de los ruiseñores, que al no poder digerirlo bien lo expulsaban frecuentemente por la boca en forma de bolas endurecidas.

Una fórmula que me dio muy buenos resultados y he utilizado cuando he criado ruiseñores, es la siguiente: se cuecen muy bien tres kilos de carne magra de vaca y se deja enfriar. Se corta después en pedazos muy pequeños o se pica con máquina, se deja secar al so! y se muele. Por otro lado se ralla un kilogramo de zanahoria y se mezcla bien con un kilogramo de pan tostado y rallado, dejándolo también secar al sol. Se mezcla la carne molida y el pan con zanahoria, añadiéndole a este conjunto doce yemas de huevo duro previamente pasadas por un colador para poderlas mezclar bien. También se mezcla un cuarto de kilo de queso Gruyere rallado y un cuarto de kilo de almendra (sin cascarilla) tostada y rallada. Mezclados bien todos estos ingredientes, tendremos dispuesto un alimento excelente, del cual cogeremos diariamente la cantidad precisa para la alimentación de nuestros ruiseñores, teniendo la precaución antes de «humedecer» con un poco de aceite de oliva y removiendo con un palillo con objeto de que forme una masa suelta granulosa. Si se viera que los pájaros engordan demasiado, sustitúyase el aceite por zanahoria fresca rallada, hasta que forme asimismo una masa suelta granulosa algo más ablandada por el agua que la zanahoria contiene. También, y como golosina, puede suministrársele diariamente cuatro-seis gusanos de harina por pájaro. De disponer de huevos de hormiga, es conveniente mezclar a la masa granulosa media cucharadilla de estos huevos. No debe faltarles agua fresca y arena en el fondo de la jaula.

Las jaulas para ruiseñores que se emplean en España son las más adecuadas para estos pájaros por su amplitud, techo de tela, de la base para la arena y disposición de los comederos. No obstante, y disponiendo de ellas, puede utilizarse cualquier otro tipo como los individuales para la cría de canarios, sustituyendo el alambrado de la parte superior por una tela fuerte para evitar los golpes de la cabeza de los ruiseñores cazados adultos.

Los gusanos de harina adecuados para los ruiseñores tienen, cuando están desarrollados, una longitud de 3'5 a 4 centímetros y están articulados por una serie de anillos. Poseen sus patas que están invertidas en los tres primeros anillos. La piel dura, de color amarillento, más oscura por la parte superior, está rellenada de una masa harinosa muy viscosa. El gusano en sí es la segunda etapa del desarrollo del escarabajo de la harina («Tenebrio monitor»). De los gusanos salen las larvas y de éstos los escarabajos, los cuales ponen huevos, y de éstos nacen los gusanos.

Para disponer en todo tiempo de gusanos es conveniente formarse un criadero propio. Este se consigue de la siguiente forma: en una cazuela grande de barro se pone en el fondo una tabla de 2'5 centímetros de grueso y de la forma del fondo y que esté muy carcomida o taladrada horizontal y verticalmente con el mayor número posible de taladros de 5 ó 6 milímetros de diámetro. Sobre esta madera se coloca un trapo de lino en dos o tres dobleces; luego, una capa de salvado fino; después, otro trapo; luego, harina de trigo; encima, otra capa de trapo, y, finalmente, salvado y pan duro. El total de las capas debe alcanzar hasta algo más de la mitad del puchero. Se introducen el mayor número posible (un centenar, como mínimo) de gusanos, que pueden encontrarse entre los sacos de piensos y harinas de los almacenes. Se cubre la cazuela con un trapo de lino y se ata al borde superior del puchero. Se humedece periódicamente este trapo y se deja en un lugar seco y caliente, procurando evitar que por cualquier circunstancia pueda entrar alguna polilla que destruiría el criadero, del cual se pueden sacar gusanos en cantidad antes de la próxima primavera.

Para hacer provisión de huevos de hormiga hay que esperar al verano, y no será difícil con sus característicos montículos de arena o tierra. A una distancia de unos 50 centímetros se hace un hoyo con una pala o herramienta adecuada. Este hoyo debe tener la forma, tamaño y profundidad al de una palangana, y se retira lejos la arena sacada. Se recubre cuidadosamente esta concavidad, por su interior, con una tela oscura, y se cubre al nivel del suelo con ramas secas y verdes. Acto seguido se coge con la pala el montículo del hormiguero y se coloca a la misma distancia, en el lado opuesto al hoyo recubierto. Con un palo remuévase el hormiguero y la tierra del montículo, y veremos cómo las hormigas, en su afán de poner a salvo la enorme cantidad de huevos, los cogen y los llevan a esconderlos en el depósito camuflado por las remas. Puede comprenderse que, dada la laboriosidad de las hormigas, en poco tiempo veremos repleto el depósito, siempre y cuando no sospechen el engaño sufrido, en cuyo caso volverán a sacarlos con la misma velocidad y llevarlos al hormiguero, en el que ya habrán reparado el acceso a su interior. Repitiendo la misma operación en varios hormigueros podremos tener provisión anual para nuestros ruiseñores y otros pájaros granívoros, a los que también les agradan mucho. Naturalmente hay que tener la precaución antes de guardarlos de «secar los huevos para que no nazcan las hormigas en casa, para lo cual, extendida cierta cantidad de huevos sobre una chapa, se introduce durante breves instantes en el horno, sin esperar que su color cambie por el calor, ya que, de haber sido tostados, no les alimenta ni agrada a los ruiseñores.

Para conseguir ruiseñores del campo y tenerlos enjaulados, pueden obtenerse cazándose adultos o bien cogiéndoles del nido y criados a mano, o también criados por sus padres, dentro todos de una jaula. Si son adultos, la mejor época es en abril, antes de que aparezcan las hembras. Como he dicho, el ruiseñor es un pájaro de costumbres rutinarias, frecuentando siempre los mismos lugares para su alimentación y para su canto. Bastará observar el árbol donde el ruiseñor canta y la dirección o direcciones (siempre las mismas) en que dirige su vuelo, para localizar los lugares por él preferidos y colocar en ellos la trampa o ballesta de caza. Esta consiste en un dispositivo igual a los cepos vulgares, pero de tamaño de unos 20 centímetros de diámetro y con una red cosida en todo el cerco de la trampa, con el cual queda el ruiseñor aprisionado dentro de la red. Se arma y coloca la trampa (al descubierto, sin cubrirla con tierra), con su correspondiente gusano de harina en el portacebo y en el lugar que creamos más adecuado a las costumbres del ruiseñor, como también la avidez que sienten por los gusanos de harina, que no es difícil verlos caer prisioneros estando nosotros próximos al lugar donde se armó la trampa.

Como curiosidad, y a falta de trampa, voy a explicar una forma de cazar ruiseñores: se coge un vaso de los utilizados para escanciar sidra y se introduce en un hoyo de forma cónica y que queden unos dos o tres centímetros que no toque la tierra en el borde superior. Se introducen dentro del vaso dos o tres gusanos de harina, y a unos diez o quince centímetros del vaso se clava en el suelo un papelito que sobresalga cinco o diez centímetros del suelo y en cuyo extremo se pincha con un alfiler un gusano. El ruiseñor, al comer este gusano verá a los del vaso y se meterá en él, pero no podrá salir porque resbalará al intentar hacerlo, ya que su cuerpo queda muy ajustado al vaso y la cola no le permite efectuar movimientos adecuados en su posición incómoda.

Puesto el ruiseñor en una jaula apropiada, se la cubre con una tela lo suficientemente trasparente para que vea algo dentro. En un comedero circular de vidrio se le pondrá el alimento ya explicado, añadiéndose, además, unos treinta-cuarenta gusanos de harina. Estos, al moverse, moverán la masa granulosa con los huevos de hormiga, y aunque los dos primeros días, posiblemente, no coma más que gusanos, al ver rebullir el conjunto irá comiendo de todo en menos de una semana. Hay que procurar no tocar la jaula del lugar tranquilo donde se situó por primera vez, suministrándole, como es lógico, todos los días comida y bebida nuevas, teniendo cuidado que los dos o tres primeros tengan suficiente ración de gusanos. La jaula se irá destapando poco a poco hasta que se vea que come de todo. El ruiseñor cazado en abril y acostumbrado a la alimentación, suele cantar, debido a su ardiente celo, antes de los quince días, y la potencia de su voz estará limitada al volumen de espacio del lugar cerrado donde se colocó la jaula. Puede también colocarse ésta en un patio, galería o terraza, y entonces la voz del ruiseñor no se verá tan sobrecogida por la resonancia de su propia voz.

Los nidos de los ruiseñores es muy fácil localizarlos. Es suficiente con seguir con la vista los continuos viajes que efectúan los padres al nido para determinar el lugar exacto. Desde lejos podemos asimismo determinar la existencia de algún nido dirigiéndonos hacia donde se oyen los ansiosos «huits» característicos, señal evidente de que el nido que allí existe está en peligro y los padres no están lejos de él, no siendo difícil, por tanto, localizar con la vista el lugar donde está escondido.

Si ¡os pequeños están cubiertos de pluma (doce-catorce días), se coge el nido y los pajaritos se meten en una caja de madera de 15x 15x15 centímetros, con tapa de lana, donde previamente se habrá echado una capa de arena de dos centímetros de espesor. Bastará alimentar periódicamente, cada dos horas (más frecuentemente, mejor), con la pasta ya repetidamente citada aplicándola a los picos con una pequeña y delgada espátula construida con un palo de madera. Cuando tengan veintidós-veinticuatro días es conveniente trasladarlos a una jaula de ruiseñor, y colocar, cada vez que se les vaya a dar de comer, el cacharro de la comida dentro de la jaula, de forma que, antes de cebarles, mover con el palito la comida para animarles a que vayan picando, cosa que ocurrirá a los tres o cuatro días que practiquemos este sistema. Una vez que coman solos pueden dejarse en esta jaula hasta que finalice la muda, siete u ocho semanas después. Declarados los machos con su repaso de canto, se separarán éstos en jaulas individuales y a las hembras se les dará libertad en la proximidad de algún arroyo, puesto que, en contra de lo que ocurre con otros pájaros enjaulados, los ruiseñores encuentran fácilmente su alimentación al ser puestos en libertad.

Para evitar el tener que cebar periódicamente a los pequeños ruiseñores, pueden cogerse también los padres con la ballesta, colocándose en la proximidad del nido. Se operará después tal como lo he explicado al enjaular a un ruiseñor adulto, teniendo la precaución de aumentar la ración de gusanos y situar el nido en un rincón del suelo de la jaula. Situada ésta en un lugar tranquilo podremos saber por el oído cuándo ceban los padres a los pequeños. Cuando éstos coman solos, separarlos en jaulas individuales y soltar a las hembras.

Hace ya quince años que no tengo ruiseñores ni me he detenido embelesado a escuchar su canto como lo hacía desde mi niñez. Por tanto, es difícil recordar la composición fonética de todas o la mayoría de sus frases líricas, que por otro lado, es muy variable de uno a otro ruiseñor, como también es variable su expresión fonética. En general, los ruiseñores más adultos emiten mayor cantidad de variaciones que los jóvenes, siendo el número de ellas del orden de las veinte, si bien los mejor dotados las amplían a treinta y cinco. Así pues, como mi representación fonética del canto del ruiseñor no sería todo lo completa que debe merecer, me permito reproducir un recorte del diario madrileño ABC, del que no puedo precisar fecha, y que su titular era «El Canto del Ruiseseñor", y que dice así:

«Hace algunos meses apareció en estas páginas un comentario acerca del doctor Ludwing Koch, nombrado "especialista en lenguaje animal", de la B.B.C. En aquel comentario se recordaban las curiosas expresiones de diversos animales, unos fabulosos y otros perfectamente reales: la abubilla de Aristófenes y el ruiseñor de André Salmón, entre ellos. Ahora llega a nuestras manos una versión completa del onomatopéyico y extraordinario poema titulado "El Canto del Ruiseñor". Decimos "versión", puesto que han sido reemplazados algunos sonidos del original francés, por los correspondientes o similares en castellano. Así, por ejemplo, las dos letras "ou", que en francés suenan como "u", quedan en nuestro idioma como esta sola vocal. Ofrecemos a nuestros lectores, como sabrosa curiosidad lingüística y poética, el ya famoso canto del ruiseñor "interpretado" por boca humana. Obsérvese que, leído en un leve tono de salmodia, como a veces leemos "sin pronunciar apenas", algunos versos que nos sorprenden por su musicalidad en poemas de desigual valor, se obtiene aquí, por cierto, un sorprendente resultado de semejanza:

Tiu tiu tiu tiu
Shpe tiu tokua
Kuutío kuutio kuutio kuutio
Tsukuo tsukuo tsukuo tsukuo
Tsi tsi tsi tsi tsi tsi tsi tsi tsi tsi
Kuoror tiu ksukua piptkuisí

Tso tso tso tso tso tso tso tso tso tso tso tso

Tsirrrading!
Tsisi si tosi si sí si si si si si
Tsorre tsorre tsorre tsorrehi
Tstn tstn tsatn tstan tsatn tsatn tsi
Dio dio dio dio dio dio dio dio
Kuio didl li lulili
Ha gur gur kui kuío kuio
Kuio kuui kuui kuui kuui kuuui kuui
Ghi ghi ghi
Gholl gholl gholl gholl hududoi
Ki hui horr ha día dia dillhi!
Hets hets hets hets hets hets hets hets
Hets hets hets hets
Tuarro hosthoi
Kuia kuia kuiy kuiakuia kuia kuiati
Kuiki kui io io io io io kui
Lu lil lolo dice io juia
Kiguai guai guai guai guai guai guai guai
Kuior tsio tsipi!

Aseguraba André Salmón que para llevar a cabo este poema hubo de pasar muchas noches oyendo al ruiseñor y anotando las variaciones de su cantar. Cocteau lo echó todo a perder diciendo, por aquellos días: «El ruiseñor canta mal.» Pero esto no pasa de ser una «boutade».